Ganó por que es el mejor. Ganó por que es un grande. Ganó por que más allá de un extraordinario jugador es una excelente persona. Y ganó por que la historia le tenía preservada una alegría más a su amplia trayectoria. Ése es el gran Roger Federer.
Cuando con una derecha cruzada logró el punto de la victoria, el suizo se arrodilló, tocó con su frente y sus manos la superficie de arcilla naranja, y al levantarse se apreciaron las lágrimas por la emoción de haber conseguido el único título que le faltaba a su brillante palmarés. Allí, el público estalló en una estruendosa ovación, como una manera de testimoniarle todo el afecto que sienten por él, no solo como un excelso jugador sino también como alguien que se hizo querer en las 11 participaciones que tuvo en el Roland Garros.
27 años alcanzó su 59mo título, de los cuales 9 los consiguió en polvo de ladrillo. Con un récord impresionante de 643 triunfos a lo largo de su carrera, lo que lo convierte en el único tenista en actividad con mayor cantidad de victorias en el circuito con un porcentaje del 91% de efectividad.
Hoy confirmó lo que para algunos era una duda. Yo lo tenía bien claro. Es el mejor tenista de la actualidad, y postulante de peso para ser el sobresaliente de la historia. El ranking dirá que es el número 2, pero tengo la seguridad que tarde o temprano recuperará su verdadero sitial, el primer lugar.
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